La primera vez que gané un premio tenía trece años. Antes de que eso ocurriera, nunca había destacado en nada. No corría rápido, ni era guapa, ni buena estudiante, ni ordenada (esta última cualidad no sé por qué siempre ha sido muy importante para mi familia y yo, en ese aspecto, era un auténtico desastre).
Seguramente por eso, cuando María
José, mi profesora, mandó los poemas que hicimos en clase a un concurso
literario, estaba segura de que no lo ganaría. Pero no fue así, recuerdo que
esa fue la primera vez que sentí que tenía que seguir escribiendo. Fue la
primera vez, mi primera vez y uno de los momentos más emocionantes de mi vida,
no solo por el premio, sobre todo porque en ese instante descubrí algo que me ha hecho muy feliz durante estos
últimos veintiséis años: mi verdadera
vocación.
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